¿Cómo ayudar a la familia de un suicida?

Muchas personas se hacen la misma pregunta pero muy pocas saben o actúan, les vamos a informar como brindar ayuda hacia las familias que pasen por esta situación.

El dolor que experimenta una familia tras la muerte de uno de sus miembros se incrementa hasta niveles casi insoportables cuando ésta se ha producido por un suicidio. Las muertes violentas, y en particular el suicidio, son las más difíciles de aceptarPor otra parte, la mayoría de las familias viven el suicidio como un verdadero estigma que les llena de vergüenza y que no les es fácil sobrellevar. Así, en ocasiones, se busca enmascarar una realidad extremadamente dolorosa y se fabrica un verdadero tabú respecto a lo que en verdad le ocurrió a la víctima, ocultando la causa real de la muerte. 
Algunos principios generales de intervención inmediata en los casos de suicidio serían los siguientes:
1.- Acompañar a la familia en algunas tareas fundamentales:
  • Reconocimiento compartido de la realidad de la muerte y del modo como ésta se produjo (confrontación directa, ritos funerarios, visitas a la tumba…)
  • Experiencia compartida del dolor y la pena. Será preciso captar, comprender y respetar la expresión de sentimientos complejos y contradictorios (ira, decepción, desamparo, alivio, culpa…) presentes, en mayor o menor grado, en las relaciones familiares tras haberse producido el hecho luctuoso.
  • Reorganizar el sistema familiar reestructurando las relaciones para compensar la pérdida.
  • Abrirse a nuevas relaciones y vivir abiertos a nuevas metas en la vida. En el proceso de duelo (un año o dos como mínimo) cada estación, cada fiesta o acontecimiento evoca la pérdida. Habrá que evitar que la idealización del muerto, la sensación de deslealtad o el miedo a otras pérdidas impida contraer nuevos vínculos o empuje a abandonar compromisos.
2.- Trabajar para atemperar el sistema impulsivo y preparar a los más jóvenes para que sean capaces de tolerar las inevitables frustraciones que acompañan a toda vida humana. Es importante ayudarles a entender que el sufrimiento, el fracaso en el logro de objetivos, las contrariedades y los conflictos son experiencias dolorosas con las que es preciso contar. Deben, por lo tanto, ser integradas como componentes inevitables de la vida y pueden ser manejadas de forma constructiva sin dejarse arrastrar por los senderos sombríos de la autoaniquilación.


3.- Ayudar a la familia para que comprenda que el suicidio estuvo relacionado con la enfermedad y no con fallos en los que, inevitablemente, ellos hubieran podido incurrir. Parece que explicar la muerte por suicidio como un síntoma de una enfermedad mental puede disminuir el riesgo de la imitación, mecanismo que, según se ha comprobado, puede inducir a algún otro miembro de la unidad familiar a seguir el mismo camino que el suicida.
4.- Separar la forma de la muerte del muerto mismo. J. Montoya Carrasquilla subraya que en la muerte por suicidio es preciso separar la forma de la muerte del muerto mismo; hay que rescatar al occiso de la forma en que ha muerto, diferenciar su vida del modo de morir. Conviene hacer esa distinción para que se produzca el proceso de sanación. Es preciso hacer aflorar el convencimiento de que lo que realmente importa no es la manera como murió el ser querido, sino el hecho de que ya no está. Por lo tanto el trabajo terapéutico de recuperación y de duelo debe hacerse por su ausencia y no por su modo de morir.
5.- Conocer la estructura global de la familia y la posición funcional de la persona que muere. Si eso es importante, en general, para todo aquel que pretende ayudar a una familia, y fundamental para quien se propone hacerlo con quienes han perdido uno de sus miembros, se convierte en imprescindible cuando el muerto lo es por suicidio. Pretender tratar todas muertes del mismo modo constituye un craso error. Fundamentalmente porque no basta con orientar la ayuda, de acuerdo a nociones corrientes de duelo, a la expresión abierta del dolor. Es preciso conocer el modelo de relación que utiliza la familia, su grado de cohesión, el tipo de comunicación más o menos sano que mantienen entre sí sus integrantes y que mantenían con el difunto, el papel más o menos relevante que éste desempeñaba, su posible función como mantenedor homeostático de la estructura familiar, etc., etc…
6.- Ayudar a vencer los mecanismos de negación. Es importante también que el terapeuta tenga un buen control de su propia emotividad y acompañe a la familia para que ésta vaya logando superar sus naturales mecanismos de negación. Parece conveniente (Bowen) no rehusar términos directos como “muerte”, “morir”, “enterrar” o “suicidio”, evitando otros menos directos como “el que se fue”, “el que ya no está”… La utilización de expresiones claras sirven para señalar que se es capaz de hablar con naturalidad de este tema por más doloroso que resulte y ayuda a los demás a sentirse cómodos y a abrir sistemas emocionales cerrados. Los vocablos alusivos pretenden suavizar la realidad de una muerte traumática, pero contribuyen a la confusión y a no enfrentarse a una dolorosa realidad que no deja de existir por más que se pretenda edulcorarla o enmascararla.
7.- Facilitar la expresión de los sentimientos. Una acción terapéutica fundamental es permitir la expresión del dolor estimulando sus manifestaciones sobre todo en aquellos familiares que tratan de mantener un control excesivo sobre sus emociones.
8.- Priorizar el duelo. En el trabajo con familias que deben abordar duelos difíciles es importante ayudarles a “priorizar el duelo”, algo así como “establecer una jerarquía de dolientes” que impida la usurpación del dolor por parte de familiares que, no siendo los más afectados, tienden, debido a su peculiar personalidad, a comportarse como si fueran los que más sufren restando protagonismo y atención a quienes verdaderamente más la necesitan. Habrá que hacer un trabajo de contención de las personalidades histriónicas que, como se dice popularmente, desearían ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro. Es importante lograr la solidaridad de toda la familia para que brinde su apoyo emocional al “doliente priorizado” (padre, madre, esposo/a, hijos…) incrementando así sus actitudes altruistas y su disposición de acompañamiento a quien realmente es más menesteroso.


9.- Adquiere una especial importancia el apoyo a la familia respecto al manejo que ésta debe hacer de los sentimientos de culpabilidad. A este respecto convendría tener en cuenta:
  • Que la culpa es una fase habitual por la que pasan todos cuantos pierden un ser querido. Es conveniente ‘normalizar’ este sentimiento y vivir como algo natural el hecho de preguntarse qué se hizo mal o qué se dejó de hacer bien.
  • Que, aunque se produjo en ese determinado momento, el suicidio pudo también haber ocurrido antes y si realmente no sucedió así en ello tuvieron mucho que ver los desvelos y los cuidados que generosamente brindó en su momento la familia. Es este un aspecto que conviene destacar.
  • Que si el propio suicida jamás deseó padecer la enfermedad que le llevó a la muerte, tampoco tiene ninguna lógica cargar sobre las espaldas de la familia, del médico, del psicólogo o del psiquiatra una decisión que ni desearon, ni alentaron.



10.- Señalar, finalmente, como algo importante la necesidad de dar tiempo al tiempo.Es tarea fundamental del terapeuta trasmitir serenidad. 


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